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En la bolsa de tela que uso todos los días, llevo entre
tantos otros, un objeto muy preciado. El libro de Tamara me acompaña desde que
lo tengo de acá para allá. Ella encuentra perlitas en el mar que es la ciudad
en la que vivimos, la escuela donde trabaja, el transporte público, la casa
familiar. Encuentra piedras en el camino también de la vida ordinaria y las
talla como se talla una piedra preciosa. Las guarda en su propia bolsa de
recolección que en el mundo de la poesía, es un cuadernito en papel o una
carpeta de borradores en la nube y un día estas obras que son sus apuntes que
son sus poemas se comparten, viajan, ganan un premio. Un buen día se ponen un
traje ¡ya son libro! y se presentan. Hoy es ese día y celebramos que exista Apunte poemas. Un libro que a cada paso
discute y festeja en parecidas proporciones sus condiciones de existencia.
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Tamara
da una puntada certera ahí donde se anidan las cosas de todos los días. Fue uno
cualquiera de 2012 cuando la conocí y entendí que ella situaba en el lenguaje
un sistema de pensamiento que hacía del compromiso colectivo una diadema.
Fuimos a la plaza a hablar de maternidades y entre nosotras ya se trenzaba un
cuento que dura hasta estos días, tantos años después. Observo ese espacio de
tiempo desde que la conozco y sé que las veces que nos vimos no son tantas como
hubiera querido, pero que ese tiempo siempre estuvo revestido de un polvo de
agua, una sal de estrellas, ese detalle polvo ultra fino de pensar en la otra a
la distancia y convidarse una pequeña frase alada moviendo la boca, en el
silencio de la madrugada.
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Dice un poema que los concursos literarios deberían ser
superados con una fórmula comunitaria en la que ganen no unas pocas sino todas
las voces que participan y se reúnan en un libro bien gordo, que se parezca a
una reunión en la que cada una cuenta lo que quiere contar. La utopía de una
antología cuasi infinita a la manera de multitud en una fiesta.
Tamara piensa todo el tiempo en cómo mejorar las cosas. En
cómo se superan los límites de Burocracia, Cultura, Estado. Y en cómo hacerlo
juntxs. Porque también está llena de límites nuestra vida vincular. Y nos
acostumbramos. Nos separan algoritmos, roles, instituciones, precarización,
mandatos, jornadas laborales y un largo etcétera de necesidades. Por eso en
estos poemas lo más importante parece ser sacarnos las anteojeras de la vida
alienada y estrechar nuestras verdades. Acercarnos, conocernos.
Como ese poema en que se lamenta no haber ido a un festejo
de cumpleaños con facturas en la vicedirección al que invita una señora
desconocida. Y en el poema “Clase” leemos algo de cada estudiante, un detalle,
una particularidad que nos permite “verlos” fuera del montón y nos da una idea
de quienes habitan hoy las aulas y nos dan ganas de saber aún más.
Miranda hace
todo rápido porque se va a vivir a España
Thiago no sabe
si seguir derecho o letras
Jonathan cumple
Amanda dibuja
Andrés está
triste
Lucas critica
Valentina
escucha música.
La profesora que es el yo poético en muchos de estos
poemas se empeña en cautivar adolescentes hacia la escritura, que hagan del
tedio y de la mente en blanco un espacio de liberación. Y ese espacio de
expresión que se busca resultará también
un lazo, una conexión entre personas en un marco institucional que por defecto
les asigna roles estancos. En el poema Espera
la profesora aprovecha para charlar con las y los estudiantes, traer sus vidas
al aula “Me quedo contenta de conocer
otras cosas sobre ellxs”, dice. En los poemas de Tamara Domenech, los
personajes gozan de salirse de los roles, del determinismo. Aunque sean
movimientos mínimos en circunstancias cotidianas.
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La
operación que hace vuelve hermosos hasta los verbos, que no son de mi
preferencia. porque en los verbos ella sitúa los motorcitos que arman el espacio
común y es un salon de baile con sus personajes preparados para danzar. Tomo
sus versos: promover un estado de rebalse
un licor rosa, azul, verde, turquesa que llega a penetrar
espacios estrechos
silenciados
olvidados
impensables
que embriaga el abandono de las instituciones
En
ella se funden el deseo del bien común, algo tan necesario en estos días
oscuros, y la vitalidad de quien no se cansa nunca de perseguir la honestidad
como bandera. Es la literatura pero también es el alimento, el agua, las cosas
ordenadas, los colores y los ámbitos, un bosque, la rudeza del asfalto, la piel
escamosa que recoge el polen del aire y el tedio de algunas horas. Yo también
quiero aprender de ella, beber de su savia poderosa y animarla a que escriba
siempre más y que no deje de animarme con ese poder de hada, a no dejar nunca
de mover los tentáculos.
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Hay mucho mundo onírico, ensoñación. Un poema lleva como
título Trata de universitarias y
habla de un sueño que mediante la hipérbole ilustra bien la realidad laboral de
lxs docentes, las horas que no se pagan
y la dimensión esclavizante. En ese sueño se sublima un problema. Un compañero
pone en palabras, reclama en asamblea y eso alivia “sus palabras me salvan de
la realidad”, dice la voz que escribe y sueña.
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su
poesía se mete en los pliegues, porque qué es la poesía sino esos pliegues,
esos rosas (flor, lengua, labios, nube, chicle, herida) y ese hacer adentro de
las palabras que la pone a andar en bicicleta, a mirar por la ventana del 34, a
ofrendar una sonrisa, a mirar la hoja seca que cae de un árbol en toda su
desnudez. ¿Cómo se sonríe entre las letras? sale el mar de las piedras
preciosas que son estos apuntes para darse de lleno con la orilla y volver a
rumiar con fuerza en el territorio, donde se anida, se cuida, se respeta pero
sobre todo se profesa la fe en los oficios.
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En estos apuntes los momentos inesperados de la vida se
subrayan con resaltador. Como un pie que escucha el latido del corazón de la
instructora de yoga. ¿Un pie que escucha? Sí. Porque la poeta que toma nota lo
hace con sus sentidos expandidos. No es una mera licencia poética, un recurso
literario llamado sinestesia que pone a confundir tacto por oído, olfato por
gusto. Es el registro sensible de un encuentro entre dos personas que hacen
algo juntas. Y en un ejercicio de estiramiento cuando todo el cuerpo está
presto a sentir, los corazones humanos pueden oírse con la consciencia alojada
en todo el cuerpo
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Cuál es el
punto de fuga? dice Tamara: y ahí empieza el laberinto de hielo, pero no por
frío sino por robusto, lo contundente de la afectividad, la ternura como
tractor político. Donde hay quien observa, y la imagino a Tamara mirando una
taza y volviéndola bella solo por el hecho de posarla en su mano y mirarla,
donde hay quien observa digo, hay algo que crece fuerte, raíces eternizantes,
como los libros que se leen en la infancia en la luz de un velador. Podría no
conocerla e igual imaginarla rodeada de cuadros, de rostros hermosos, de labios
que le dictan emociones y ella borda pacientemente. Son nombres en un almohadón
de aquellas personas a las que ya tocó con su magia palabra. No son apuntes,
son resonancias de gong en las cabecitas, un volver a mirar y volver a elegir y
volver a sentir.
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Encuentro un arte poética en este
libro llamada Palabras que declara,
creo, la poesía como instrumento para estar en el mundo, para actuar, para
accionar, civil y políticamente. No hay para esta poética un mundito paralelo
(el de la lectura, el del arte) sino el que habitamos cada día, humanamente.
Las palabras que comprenden un poema se encuentran en: documentos, pasacalles,
cartas, grafitis, números de teléfono, invitación a una fiesta, dibujo sobre un
vidrio empañado. La poesía está diseminada en todas partes, solo hay que
escucharla y destacarla. Así trabaja la poeta. Y también la profe en el aula.
No hay distinción. En el poema Devoluciones
se transcriben palabras de otrxs,
se cita a sus interlocutores. Dice una estudiante sobre una proyecto
escolar: “Es reconfortante darme cuenta
de que cada cabeza es un mundo y ver la dualidad, ser única y diferente es mi
felicidad”. En la poesía de Tamara todas las voces entran, son poesía. Y los
libros encierran lo que alguna vez tuvo vida. Pero mejor que no se encierren,
dice también. Mejor que tengan puertas y ventanas que dejen entrar el vaivén de los cuerpos cuando están frente
a otros.
En este sentido, estos poemas, que
son piedras afiladas con lucidez, amor y atención, apuntan. Contra la mecánica
de la ciudad globalizada antropófaga que nos atomiza, que nos quiere carne
pulverizada. Porque la poesía de Tamara Domenech insiste en la unión de las
personas, en devolverles su integridad y en la integración de saberes, disciplinas,
cosmovisiones: voces que el arte reúne siendo “un centro imaginario de
festejo”. Porque la salida, como sabemos, es urgente y colectiva. Y es preciso
insistir y no olvidarnos. Y reunirnos. La guerra que hacemos las mujeres desde
la escritura se desata con poesía, llenando el planeta de diversidad, redes
humanas, animales, flores y libros chiquitos. Como nos hizo ver en sus
lecturas, en su teoría y en su poesía la Tamara mayor: Tamara Kamenszain.
Libros chiquitos como este que nos devuelven a la fuerza
de lo que está vivo, dialogan con sus pares y plantan en nuestras vidas
semillas de transformación que prenden en varios puntos del planeta. Apunte poemas no se cierra sobre sí, no
se aísla, forma parte de algo mucho más grande. Es verdad que desatamos una
guerra que susurra y tarda pero avanza y se expande como una mancha de
menstruación en el paño blanco del mundo.
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