domingo, 29 de diciembre de 2024

jueves, 19 de diciembre de 2024

Éramos amigos antes de conocernos. Romeo Ezpeleta y Lanfranco Ezpeleta. Microgalería. Loyola 514.

Foto Sol Arrese

En el mes de septiembre, de este año, volvíamos de un viaje con una amiga que se está preguntando si quiere ser mamá, y uno de los temas que la aquejaba era el hecho de dejar de compartir momentos con lxs amigxs que se tienen cuando alguien no lo es. Entonces, le respondí que cuando unx decide ser mapadre conoce a otrxs que se pueden convertir en amigxs: en el hospital, en los cursos de preparto, en las salas de espera, en las plazas y/o en la puerta de la escuela. Por ejemplo, le comenté, como lo conocí a Lanfranco Ezpeleta, en el patio de la Escuela N°9 “Berón de Astrada”, mientras esperábamos a nuestros hijxs que salieran o entraran al jardín. Me acuerdo, aún hoy, que un día lxs llevamos a la plaza que está al lado y, mientras ellxs se subían y bajaban del tobogán, nosotrxs nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas y recorridos en común. En relación al arte, la escritura, la docencia. Así fue que nos hicimos mejores amigos, de esos con los que nos gusta estar, compartir y crear.

Con él realizamos tres ediciones maravillosas: “Duraremos más que el tiempo”, “Disfraz” y “El 22”, libros que reúnen parte de su trayectoria artística docente, gracias a las cuales lxs estudiantes no sólo presentaron sus producciones fuera de la escuela, sino que tuvieron la posibilidad de darle a sus palabras, dibujos y fotografías el estatuto de arte, la importancia de dedicarle un tiempo, un espacio y condiciones de recepción a eso que permanece muy guardado, en silencio, plegado, en el cuarto oscuro de la casa, la habitación, la carpeta, la mente, el corazón.

En ese momento, nos juntábamos en su casa, que quedaba cerca de la escuela, y como ya había nacido Romeo lo cuidábamos mientras trabajábamos. Algo que me llamaba la atención, cuando tenía dos o tres años, era cómo jugaba solo con sus muñecos de madera que guardaba en un carrito. Y, no sé si fue así, o lo inventa ahora mi memoria, balbuceaba, inventaba historias para esos personajes.

Cuando Rome terminó el jardín y comenzó la primaria tengo otro recuerdo que no está lejos de eso que viví con los dos, esas tardes de arte y crianza. Y fue que había comenzado a hacer libros con hojas blancas que su padre abrochaba y  sobre las cuales inventaba cuentos con fibras y palabras.

Esa colección quizá sea una de las cientos de antesalas del trabajo que se presenta hoy, momentos compartidos entre un padre y un hijo, en los que ambos encontraron en los mismos materiales una manera de la alegría.

Como transmiten la energía, los sueños, los inventos del trazo de una persona, todavía en edad escolar, y los colores, la permanencia/confianza que la fibra, un padre da.

Esta es la primera muestra de un hijo que dibuja y un padre que colorea.

De dos personas amigas antes y después de conocerse.

Un poco como pasa con los mejores amigos, se eligen desde la historia sin mediar palabras, es un flash para toda la vida.

¡Adelante, pasen, vean y déjense llevar por el futuro, la amistad!

 

Tamara Domenech

Diciembre, 2024