El jueves 26 de junio presentamos “Nocturna”, una publicación que reúne textos escritos por estudiantes de primer año, en el marco de la materia Lengua y Literatura, en el CENS Nº 86.
Estoy
convencida de que, si creamos, ampliamos y otorgamos la posibilidad a que todas
las personas digan “yo”, esto redundaría en una sociedad mejor. Porque cada unx
tendría la oportunidad de salir de la rueda de las obligaciones y los
entretenimientos diarios para adentrarse en la corporalidad de las cosas, en la
historia de los cuerpos.
Creo en la
literatura justiciera, con mano propia, abogo por la idea de que no sólo podemos
formarnos a partir de la lectura de autorxs que tuvieron la panza llena,
estudiaron, se formaron en el exterior y escribieron sobre “lxs otrxs”:
gauchos, mujeres, indígenas, jóvenes, trabajadorxs, alumnxs, sino que es hora
de crear políticas de la palabra singular, áulica, barrial, federal para
nutrirnos de “verdad”.
Agradezco a la
directora Marcela Casaubon por la libertad con la que pudimos trabajar, a Sol
Arrese por la maquetación y a cada escritor por los hermosos textos que ya
forman parte del corazón lector: Santiago Aciar, Kiara Albarracín, Pilar
Aquino, Gladys Chavarría, Adriana Silvia Fahler,
Isaac García, Gloria García Fernández, Celeste Leiva, Natalia Medina, Raquel
Mulhetalhev, Bruno Olmedo, María del Milagro Marroquín Ruiz, Nicolás Alejandro
Sotomayor, Diego Toledo y Bea Turner.
Esta
publicación pese a que no fue editada por Ediciones Presente, late con el mismo
espíritu: “una editorial que reivindica la acción de regalar y la importancia
de las sorpresas para la vida”.
Las
sorpresas son las voces que están atrás, abajo, adelante, al lado y todavía no
conocemos.
¡Vayamos tranquilxs por esos encuentros!
Noctura
Tengo la enorme alegría de presentar a una serie de autorxs que conocí a propósito de darles Lengua y Literatura en el CENS -Centro Educativo de Nivel Secundario- N° 86, de Villa del Parque.
Ellxs son:
Santiago Aciar, Kiara Albarracín, Pilar Aquino, Gladys Chavarría, Adriana Silvia Fahler, Isaac García, Gloria García
Fernández, Celeste Leiva, Natalia Medina, Raquel Mulhetalhev, Bruno Olmedo,
María del Milagro Marroquín Ruiz, Nicolás Alejandro Sotomayor, Diego Toledo y
Bea Turner.
Con
ellxs compartimos, a lo largo de un año, una serie de lecturas de escritorxs
consagrados y otrxs que no. Me refiero, por un lado, a: Abelardo Castillo,
Silvina Ocampo, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Alfonsina Storni, Gabriela
Mistral; por el otro, a: Morena Vega, Marta Febré, distintos autorxs compilados
por Paul Auster en el libro Creía que mi
padre era dios. En ambos casos resaltamos el trabajo de lxs editorxs que
son quienes tienen a su cargo el trabajo artesanal, sensible y minucioso de dar
a conocer voces.
Desde
el primer día de clases, lxs invité a disfrutar de la lectura y la escritura,
puesto que considero que, si bien son importantes las reglas de la lengua, ese
contenido tiene que venir después de haber saboreado un plato, o haber
aprendido a andar en bicicleta, -paladar/pedaleo- actividades con las que suelo
comparar la escritura: el alimento, la aventura, la libertad.
Pensar,
evocar, recordar, inventar: qué quieren decir, qué necesitan expresar, qué
palabras quedaron atrapadas en cuartos oscuros: carpetas, cuadernos,
habitaciones, casas, la mente, el corazón y tienen la oportunidad de salir a
encontrarse con otrxs, dejar de estar solas, esas palabras.
En un
tiempo y un espacio sagrado: el aula. Espacio en el que solo tienen que
escuchar sus voces, cederles el paso, darse prioridad, puesto que estxs autorxs
tuvieron que dárselas a otras personas antes que a ellas mismas: padres,
madres, hijxs, nietxs, jefes, esposos y esposas.
Por
eso es imprescindible la escuela pública, porque es el cuarto propio, como
diría Virginia Woolf, en el que miles de personas encuentran un lugar para
escucharse y escuchar a lxs demás.
En
este sentido, para resaltar la importancia de la escuela, la calidad y la
calidez que podemos encontrar allí, les propuse la reversión de los exámenes
escritos -que tan nerviosos nos ponen, porque quizá, justamente, nos recuerdan
a los exámenes médicos en los que estamos solos- en un conversatorio literario,
disponiendo en el patio mesas y sillas como si estuviéramos en un bar. Esto
para la primera parte del año y, para la segunda, la publicación de un libro,
en el que festejáramos la valentía para exponer fragmentos de historias, a
partir de las lecturas antes citadas.
Estoy
convencida de que, si creamos, ampliamos y otorgamos la posibilidad a que todas
las personas digan “yo”, esto redundaría en una sociedad mejor. Porque cada unx
tendría la oportunidad de salir de la rueda de las obligaciones y los
entretenimientos diarios para adentrarse en la corporalidad de las cosas, en la
historia de los cuerpos.
Por
último, cada unx de ellxs optó por firmar con su nombre y apellido los
escritos, como así también, la de hacerlo con un seudónimo o nombre de fantasía
que le permitiera escribir disfrazándose. Ese es un recurso muy usado en este
juego en serio que es la escritura porque, como mencioné antes, requiere
valentía y una enorme responsabilidad. Por cuanto invita a un juicio, a tomar
posición en el mundo y frente a lxs otrxs. Dejamos de ser indiferentes.
Nocturna
rinde homenaje a un momento del día que es cuando lxs estudiantes culminan sus
trabajos, van a la escuela y se disponen a crear.
¡Pasen
y lean!
¡Ojalá
disfruten estos textos tanto como nosotrxs!
Tamara Domenech
Parte de mí
En mi adolescencia tenía una foto de cuando
tenía cinco años, era la única de mi niñez, era como si me completara, es parte
de mí. Al verme como era de pequeña, esa infancia que no tengo recuerdos. Pero
la perdí y hasta el día de hoy me arrepiento porque no la cuidé.
Mi hermano, el más pequeño, la rompió justo
donde estaba yo y no la pude recuperar, me dolió tanto, me enojé mucho y le
reclamé a mi madre por qué solo tenía una foto mía. En cambio, de mis hermanos
tenía un montón y siempre hablaba de ellos, pero ella no me dijo nada, ni le
importó, y yo tampoco le reclamé más, ni volví a hablar de eso.
Desde mis catorce años, me saco fotos todo el
tiempo, sola o con mis amigas, en los lugares a los que voy, así dejo algo de
mí, como mis recuerdos, recordar quién soy, que estoy viva, que tengo un
nombre.
De eso se trata.
Pero sí tenía muy presente esa foto de cuando
tenía cinco años, nunca más la voy a recuperar y me gustaría poder mostrarles a
mis hijos, cómo era yo de pequeña, mostrarles cómo era su madre.
Natalia Medina
Mi casa de infancia
La casa de mi infancia: sueños en mi memoria,
aunque llenos de pena.
Sus paredes son testigos de mis primeros
pasos, risas, llantos y maltrato y son, mayormente, las que saben cada uno de
mis muchos secretos ocultos susurrados al viento, al aire, muchas veces con mi
cara llena de lágrimas.
En su jardín, donde el pasto verde crecía
como un manto, solo en mi imaginación yo jugaba, porque en realidad solo veía
al resto de mis primos hacerlo, mientras que hacía el oficio de la casa: lavaba
la ropa y creía que era carnaval porque tocaba el agua, re ilusa o inocente a
mi corta edad.
La nostalgia me invade al recordar todas las
noches de invierno, y yo con mi perro esperando a que los días pasaran rápido y
las noches se acabaran.
A veces, pensaba que estaba maldita o que
dios no existía para mí, cuando veía a otras niñas que eran felices en su casa,
con su madre, padre y hermanos y yo tenía que conformarme con la familia que me
mandaba.
Sólo cuando iba a bañarme me perdía en el
agua caliente, pero, a penas, tocaban a la puerta y mi mundo se apagaba
volviendo a mi realidad.
Mi historia es un tesoro invaluable, aprendí
con ello la famosa frase que dice: “LO QUE NO TE MATA TE HACE MÁS FUERTE” y
muchos me dirán por qué esa casa, y no la quiero porque le pertenecía a mi
madre y hermanos, pero ahí están mis recuerdos con mi perro fiel, el que hacía
que cuando yo quería morir me daba ánimos de seguir, con él, ahí, en mi cuarto
acurrucados.
María de Milagro Marroquín Ruiz
Me hubiese gustado tener una foto de mi
persona cuando estaba en la primaria. En ese entonces, usaba dos colitas o
trenzas, el cabello largo.
Un día vi una foto mía en mi adolescencia, la
tenía mi mamá en blanco y negro, pero, después de un tiempo, se perdió. Nunca
más la vi. Siempre la recuerdo con mucha nostalgia. Era una foto sin marco.
Me gustaba cuando mi hermana mayor me peinaba,
me hacía trenzas y me ataba un moño rojo o celeste.
Quizás la hayan encontrado mis hermanas. Si
la pudiera volver a ver sería fantástico, así podría atesorarla, mirarla y
mostrársela a mis seres queridos.
Cuando pienso en esa foto, también pienso en
quién me la habrá sacado porque no había fotógrafo en mi pueblito, Topador,
Uruguay.
Creo que mi hermana mayor tenía una cámara
fotográfica.
Tengo esperanza de hallarla, ¡qué feliz me pondría!, la guardaría en un lindo cuadrito.
Raquel Mulhetalhev
Un día llegué al trabajo como todas las mañanas, saludé y
me fui a cambiar para arrancar.
La dueña de la panadería, llamada Olga, una mujer mayor
de 75 años, a veces venía de mal humor y nos trataba mal a todos. Pero conmigo
tenía un problema.
Ese día me llamó y me dijo:
- ¡Pilar!, ¡acercate!
- Sí, señora, qué necesita.
- Tomá, contá la plata.
- Ya la conté, señora Olga.
- Sí, ya sé. Contá de nuevo.
Entonces, yo enojada seguí despachando.
En ese momento, se acercó y me dijo:
-Pilar, vení y contá el dinero.
Yo en ese momento le contesté que no lo iba a hacer.
Entonces, lo arrojó al suelo y me dijo:
- Ahora, recogé toda esa plata del piso y dámela.
- No, no lo voy a hacer.
Eran tantos los gritos de la señora que se acercó el
esposo, Carlos, de 75 años.
Habiendo escuchado todo lo ocurrido me dijo:
-Pilar, andá nomás, seguí trabajando y olvídate de lo
sucedido.
-Sí señor, esto es una falta de respeto.
Ahí, me explicó que la esposa no estaba bien de salud,
que se habían enterado que tenía cáncer.
Yo me sentí muy mal, sin tener la culpa de nada.
A partir de ese día todo cambió para todos.
Haciendo que la señora Olga se sienta bien, trabajando en armonía con todas nosotras.
Pilar Aquino
Resulta
que un día me lastimé el dedo de un pie, la ART me había dado reposo hasta que
me mejorara, pero ellos querían que laburara igual.
Un
día me llamaron a la oficina para firmar un papel y yo no sabía que era un
papel de despido.
Diego Toledo
Mamá por qué te fuiste tan joven
tan pronto
sin despedirte, ni enseñarme tantas cosas:
A cómo comportarme como novia,
como pareja, como mamá.
A hacer mi vida, el día a día
cuando enfermamos, una opinión,
un consejo, a cómo seguir mi camino.
Sé que es un poco egoísta de mi parte
empezar con reclamos y quejas.
Pero me sentí absolutamente sola
cuando te fuiste porque, a pesar
de quedarme con muchos familiares,
me faltabas vos, mi amiga, mi confidente,
mi protectora, mi mamá…
Hasta el día de hoy te sigo extrañando
después de tantos años todavía me haces
falta.
Pero no me olvido de todo lo que
vivimos juntas, tuve el privilegio, al ser la mayor,
de vivir con vos
la mayoría de los años que compartimos juntas
alegrías y tristezas,
silencios más que palabras.
Yo quería que te quedaras conmigo
pero Dios quiso llevarte para que
no sufrieras más, y yo lo acepté,
con el dolor en el alma que por un
largo tiempo no pude dejar de sentir.
Pero dicen que el tiempo lo cura todo,
para mí un poco, porque te sigo extrañando.
Tu hija Gloria
“Arte” IA
Generada por una sugerencia,
desprovista de cualquier vida.
Una amalgama de artistas
Sangre,
Sudor,
Lagrimas.
Una abominación.
Seis dedos,
y una cara incompleta.
Yo diría que es como un frankenstein,
pero, incluso él, tenía emociones.
No solo es un insulto a los creativos,
sino a la vida misma.
Puede que mi arte no sea perfecto,
pero al menos es mío.
“Arte” IA no es arte real.
Tyron, el rey
de la casa
Tiene un lomo color dulce de leche con manchas blancas
su estilo es chiquito, gordito y bravo
¡pero es nuestro hijo!
Le decimos Tay o a veces Taycito
aunque a veces parece un leoncito
porque gruñe y muerde
con nosotros es puro amor.
Le gusta dormir y comer
no le gustan los perros peluditos como él.
Prefiere la casa sin tanto ruido.
Dicen que es perro, pero no les creo,
si lo ven dormir parece un muñeco.
Es nuestro bebé de cuatro patas cortas
con cara de enojado.
Adriana Silvia Fahler