El motor de tu sueño. Canciones. Libro
inédito.
Rum
rum rum
El
motor apagado del Dodge te espera
A
la salida de tu sueño
Ram
ram ram
Las
cañas de pescar dobladas entran
Cerca
del balde donde no hay agua
Los
peces de colores también muerden
Rum
rum rum
Con
el baúl abierto entendí tu noche
Reflejadas
las estrellas en el plato de sopa
La
pata coja de un pájaro al lado como cuchara
Ram
ram ram
La
música del auto suena en voz baja cuando dormís
No
sé tu nombre
La
remera acompaña tu viaje
Rum
rum rum
Si
cierro las ventanas
Te
veo igual
Dejando
en la vereda un maletín salvaje
Ram
ram ram
Las
lombrices no descansan
Corre
una brisa alrededor del frasco
Rum
rum rum
Las
huellas de tus zapatillas con verdín
Escriben
la silueta de alientos los finales
Ram
ram ram
El
motor reproduce el oleaje
Las
canciones perdonan el encierro
Rum
rum rum
Custodio
los dibujos
Las
lechuzas saben
El
movimiento rompe
Ram
ram ram
A
simple vista tu sueño
Se
parece al mío
Gotas
sonámbulas disfrazándose
Rum
rum rum
Para
captar la duración de la humedad
Quiero
tus botas
Goma
negra hasta la rodilla
Y
dos líneas blancas finitas
Apenas
nacen los pies.
Rulitos con gel. Libro inédito.
Hay
piedras
en
los caminos que bordean las sierras
del mismo color
hijas
legítimas
y
flores brotadas
lejos
de
sus mamás
rocas
de plomo
con
personalidad.
Agarro
las que más lejos están de mí
y
sigo caminando.
Ahora
pese a que mire las sierras madres
mi
sentimiento está en las hijas desprendidas
que
por acumulación de calor
se
hacen presentes
en
mi mano que las arrancó y las contiene hasta no sé
cuándo.
No
tengo un vestido
pienso
algo
para estrenar
en
esta ocasión.
Estoy
vestida con la ropa de siempre
aunque
haya sacado la piedra de donde estaba.
¿Qué
haré con una hija que no es mía?
Silencio.
Los
pensamientos respiran:
Deshacete
de esa piedra
el
calor es momentáneo.
Entonces
la arrojo más lejos de donde la encontré
a
través de una cascada a una pileta de agua natural.
El
sonido es seco
y
rápido dejo de verla.
Con
una persona pasó lo mismo
hizo
el mismo ruido al tirarse de un balcón
pero
su cuerpo quedó expuesto en la vereda.
En
cambio
el
agua viste la piedra
las
algas la protegen
los
peces la decoran
el
barro la acompaña.
Aunque
puede pasar que dentro de muchos años
alguien
se
meta en el hoyo
y
la toque con un pie.
¿Seguiría
existiendo?
Porque
el agua, las algas, los peces, el barro desgastan.
Una
vez soñé
que
mi abuela parada en la cocina nos daba instrucciones sobre los
beneficios
que tenía matar a los cachorros en un bol con leche envenenada.
Mi
mamá mezclaba
yo
miraba la mezcla
y
le tapaba los ojos a mi hija con la espalda.
Hay
distintas maneras de morir
en
cuanto al tiempo
la
forma
los
colores
los
paisajes.
¿Qué
vida imaginé para la piedra?
¿Debería
hacerlo ahora?
¿durante
el poema?
¿no
será demasiado tarde?
No.
Una
vida distinta para mí
mientras
la expulsé.
Qué
fácil es cambiar las cosas de lugar.
¿Cuánto
hay que saber?
Quiero
un vestido de verdad
no
como el que me dieron una vez
un
globo blanco con forma de rama para taparme el cuerpo.
No
había consonancia entre los materiales
la
desnudez y la goma inflada tapándome el tronco
y
la cara no.
Tuve
frío
pero
seguí insistiendo en tener algo para abrigarme
y
un chico me dio una remera violeta que me quedó larga
y un jean con los bolsillos agujereados.
Si
los hubiese tenido puestos al encontrar la piedra
corría
el riesgo de que se cayera.
O.
Un
vestido de tela y costuras prolijas.
Un
trabajo de verdad.
Ahora
no tengo.
Una
casa.
Aunque
sepa dónde encontrar cosas preciosas.
A
la gente le gustan
los
detalles
las
hechuras
las
vivencias.
Pero
las piedras encontradas no se venden
no
esperan cambios.
No
es tan difícil
moverse.
Los
sueños
lo
que vamos dejando por la mitad
¿no
son los que saben de repente el porvenir?
Un
día
el
hueso de la pata de una vaca
una
rama en la boca de un pájaro
un
cuchillo en las manos de un amante
monedas
sin sentido en el forro
de
una campera colgada en un ropero.
¿Cuál
es el verdadero fondo para una piedra que se arroja más lejos de donde
se
encontró?
¿Estoy
ahí mientras escribo?
Pienso
en los proyectos
que
empiezan y terminan.
Tocamos
los días porque dan calor.
Hay
un tiempo
un
precio sutil
que
hace que no tenga puesta ropa nueva.
Camino
entre las sierras
montones
de años me separan
de
las personas que conocí
un
precipicio en el que
usábamos
las mismas remeras
unas
de
marca Sakamoto
con
una Y en el pecho
y
una O en la espalda.
Creíamos
que sabíamos
lo
que sentíamos
la
altura de la seguridad.
Si
andara por el mismo lugar
diría
lo mismo llorando más rápido
como
fruto de la ejercitación.
Un
cotorreo me hace dar cuenta
de
que la altura es darse por vencida
dejar
de escuchar los sonidos de las últimas burbujas.
¿Dónde
estoy piedra perdida?
No
quiero estar en el fondo
donde
el agua no para de filtrarse.
Miro
el lugar en el que la piedra se hundió
estamos
separadas por un conjunto de nubes con forma de perros y
aguiluchos
contorsionados en busca de comida.
Yo
no me quiero tirar:
El
agua, las calles, los edificios, las caras, el trabajo, las mercancías, los
autos.
Pero
sé que están.
Abajo
hay imágenes.
Si
por lo menos estuviera vestida
o
con alguien al lado mío
o
alguien pensándome en este mismo instante
en
el que veo las nubes iluminando la caída
sería
diferente.
Estaría
salvada del paisaje
aunque
hubiera sombras
porque
ellas acompañan también.
Una
vez fui al cine y las cabezas de los espectadores proyectadas en la
pantalla
me siguieron durante el camino de regreso a casa.
Los
cambios que percibo sencillos
me
asustan.
No
soy buena haciendo dinero
ni
amigos
ni
otras cosas.
Pero
me encantaría ver mi casa decorada por una chica de buen gusto
tener
las hornallas manchadas con comida de verdad
un
auto que me llevara a lugares desconocidos
ropa
nueva.
Entonces
mis acciones se interrumpen
y
lo que falta lo imagino
y
no basta.
Busco
más piedras
porque
algo del mundo me pertenece
sin
que nadie haya tenido que gastar dinero
o
haya tenido la intención.
Los
regalos se hacen presente
y
alumbran una posibilidad.
Si
las sacamos
vemos
las huellas de la ausencia sobre la tierra
empeñarse
en no desaparecer aunque las borremos con la suela de la
zapatilla.
Agarro
otra
y
el calor así deja de ser una abstracción.
Intento
repetir la acción.
¿Cuál
será el nuevo lugar de esta otra piedra?
Menos
pensamiento más calor
más
pensamiento menos calor.
¿Cuántos
metros tendrá que descender para dejarme comprender?
Veo
las sombras de los espectadores de cine
proyectadas
sobre la pantalla
de
nuestras vidas proyectadas
sobre
una película.
Se
esparcen por la pantalla rulitos con gel.
El
pelo artificial.
¿Será
el de un hombre?
¿de
una mujer?
¿de
un niño?
¿El
cambio de un hombre?
¿de
una mujer?
¿
de un niño?
¿O
aquello que veo es un empaste de pelos en
una
pantalla
que
proyecta una vida
parecida
a la que nos gustaría
probar?
¿Cómo
surge el movimiento de lo real?
Arrojo
la segunda piedra al mismo lugar donde estaba la primera para que sea
guiada.
¿Qué
haré sin ella ahora?
Camino
con un calor pasado.
No
tengo un vestido para la ocasión.
Pero
tuve una piedra preciosa, de miles de años
que
arranqué del lugar en el que el viento la dejó.
I- Secundaria.
Color Pastel. 2011.
En
el patio sobre montones de piedras congeladas hago un agujero para extraerlas.
Mirá
mi instrumento le digo a un chico que pasa por ahí y que valora las
interrupciones del paisaje
es
una perforadora convertida en lapicera.
Me
la pide prestada y le concedo el gusto.
Sus
ojos brillan con regalos adentro.
Prueba
una vez y se cae polvo
la
prueba de nuevo y siente seguridad.
Sigue
el trabajo hasta que suena su timbre interior y me la devuelve.
Yo
no tengo silbatos en los bolsillos y sigo la perforación a escala microscópica.
La
mañana entera me lleva sacar los escombros, que guardados en una cajita de
cartón, me ayudan a entender mi lugar en la intemperie de los libros.
IX-
Escucho
a unos chicos criticar a otros chicos.
Esos
chicos a su vez criticar a los que los critican.
Ecos
de críticas retumban fuerte cerca de las puertas y suave al aire libre.
Visualizo
éstos últimos y los choco con mi bicicleta
con
un palo de escoba que encuentro tirado
con
mis zapatos
con
un perro perdido que no sabe cómo llegó hasta acá
con
una mochila.
Me
gustan los sonidos que se producen entre las palabras más que las palabras
mismas.
Yo
no critico
Atropello.
X-
En
el patio hay montañas de escombros
y
vidrios rotos
y
pedazos de cemento
y
una mezcladora tumbada sin manubrio
y
una bolsita blanca de nylon con un par de zapatillas y una camiseta roída
y
colillas de cigarrillos formando un camino hacia el fondo de la tierra
y
unas nubes grises que se reflejan en un charco que está desde hace mucho tiempo
y el suelo no reabsorbe
y
rollos de alambrado nuevos
y
algunos cuadrados de césped recién rasurado
y
a veces las voces de los chicos que vienen a esconderse detrás de las montañas.
Y
muy de vez en cuando unos pájaros altos que miran para otro lado mientras
caminan a picotear las migas de galletitas que tengo en las manos.
Los
pájaros no saben qué me pasa
pero
yo los miro como si supieran.
¿Por
qué los miro con esa intención?
A
veces, me siento sola.
I- Capítulo
de la novela inédita: El Amoroso.
¿Cuántas
bolsitas de pan por día tengo que anudar para llegar a fin de mes?, ¿serán 100,
miles, infinitas? Esta es una pregunta que me hago a cada rato y nunca termino
de responderla.
A
la mañana temprano cuando empiezo a trabajar, anoto en una libreta que me
regaló mi padre para el último cumpleaños, cada cifra de manera prolija y
sistemática pero ni bien se acerca el mediodía los números me traicionan y me
tienden una trampa inesperada: se acuestan sobre la hoja cuadriculada y se
echan a descansar. Todos los días desde hace 5 años, ocurre lo mismo. No logro
concentrarme en una cuenta tan simple.
Durante
el almuerzo miro los dedos de la mano y pienso que no existe un número finito
para los movimientos que están predestinados a hacer. Termino de comer una
medialuna apurada y decido entonces pintarme las uñas de los incansables para
adornar la matemática escurridiza.
El
esmalte que uso nunca se seca durante la hora que me dan para almorzar, tengo
que elegir muy bien los colores porque sé que pueden llegar a quedar rastros,
arañazos inesperados sobre el nylon transparente que toco. A las señoras les
molesta mucho mancharse las manos y las polleras con mis colores; a los chicos
les divierte quedar pegados a un manchón que sale únicamente con un producto
tóxico y los hombres entienden perfecta, la señal. Saben que el contagio que se
produce entre el esmalte y las bolsitas pertenece a un amor no correspondido y
sin embargo como el contacto nos vuelve sentimentales, insisto y dejo en cada una, huellas de despedida,
algo de mí, porque sé que el final se aproxima y vislumbro los tachos de basura
a los que van a ir a parar.
Un
día pasó algo sorprendente para mí, un hombre tocó la campana del puesto y me
dijo:
–
Entiendo perfectamente por qué se pinta las uñas antes de atenderme.
Y
le respondí:
–
¿Por qué cree que lo hago?
–
Es que le debe dar pena que sus clientes se deshagan así nomás de los
envoltorios de su trabajo.
En
ese momento no supe qué responderle.
Después
pensé, que lo que me da pena es no saber hacer una cuenta que supongo, atenta
contra mi cordura.
Quizá
dejo marcas en las bolsas para pedirles a las personas que si algún día tienen
ganas, vengan a auxiliar mi incapacidad.
Llega
la tarde y no puedo pensar en otra cosa que no sean los números, por más que lo
intente, ellos tienen más fuerza que otros pensamientos. Nombro a mis ex novios
y aparecen disfrazados de números; pienso en mi madre y toda su ropa aparece
manchada de tuco numérico; pienso en mi casa y cada una de las paredes tiene un
número que no coincide con el que necesito saber; pienso en mis hermanos y son
lenguas que repiten en un nivel básico de inglés números decapitados de sus
geografías; pienso en mis amigas más cercanas y están contando los movimientos
que ejecutan sus dedos desafiantes a la finitud.
Para
aguantar hasta la noche practico un ejercicio de concentración que consiste en
anudar las bolsas en el aire lo más rápido posible. Al tomar la bolsa, exhalo y
pienso en un cuadrado verde; al anudarla, respiro y visualizo el viento a favor
en una plaza sobre mis dedos.
Anudo
aproximadamente 100 bolsitas en 10 minutos. Debería llegar a anudar esa misma
cantidad en un minuto y medio. Me ejercito porque sé que voy a llegar.
A
veces, los clientes entran y no entienden en absoluto el ejercicio. Ven aire y
nudos alrededor y como no encuentran el pan que van a buscar, sienten la misma
desorientación que yo cuando la matemática de mis manos paraliza la conexión
con la mente y la transmuta en los caprichos de un perro.
Entonces
preguntan con tono angustiado:
– Acaso, ¿se vendió todo el pan?
Y
respondo:
–
Quédense tranquilos que hay de sobra. Espérenme un ratito nada más hasta que
termine la ejercitación.
Los
clientes parecen molestarse. Sus caras les exigen cosas a mis manos. Se produce
un choque, un combate invisible y violento, porque los ingredientes de sus
cuerpos se transforman en grilletes de mi manera de pensar e insisto:
–Ya
voy, es un minuto nada más, dejénme terminar con la práctica para mejorar la
concentración.
Pero
sus ojos no aguantan más y me roban el pan que tanto me cuesta cocer.
Ver
sus manos echadas sobre un canasto de pronto me despeja la mente. Cuento de a
pares los panes y llego hasta el número 50. Las cuentas se aclaran cuando me
roban. 25 personas quieren a toda costa 200 kilos de miñones.
Intento
ahora una meditación activa, cada bolsita anudarse en la cabeza de los
clientes. Y lo logro. Rápido toman ellos las pinzas de las facturas para
abrirle paso a la respiración y vuelvo a intentar ligar bolsitas con nudos
tenaces en progresión con el aire caliente del horno. Pero lo cálido abre la
muerte y salen corriendo con los miñones entre sus brazos.
Pero
el pan regresa rodando y me despista. No vuelve al canasto, se yergue en el
techo del negocio y se cruza de brazos. Por primera vez me siento defendida por
el alimento que me hace existir a costa de perder la razón. No sé si me engaña
pero ahora defiende la acción de mis dedos por haberlo creado.
Salgo
un rato a tomar aire, estoy realmente exhausta por lo que pasó. Los panes
defensores parecen velas de cera gigantes. Están encendidos y creo que se
quedarán haciendo guardia toda la noche.
La
cera derretida cae en mis ojos. Y yo que estoy sentada en una silla debajo de
ellos me dejo tapar el rostro para probar si de esa manera pienso en otra cosa
que no sea en el alimento convertido en una cifra.
Cae
una gota.
Dos.
Tres.
Cuento
hasta 1000 y me quedo dormida.
En
el sueño cada persona es la que es en la vida real. Ninguna aparece transfigurada algebraicamente. Me piden cosas
sin cantidad. A cambio doy cosas que no pesan.
¿Anudaré
1000 bolsitas por día para llegar a fin de mes?
¿Será
ese el número que no lo logro captar?
¿Habrán
sido piadosos mis panes que me ayudaron a completar una cuenta imposible?
¿No
serán demasiados nudos los que mis dedos tendrán que vencer?
la mamá y el abuelo de jevy. 14 y 60.
2003. Capítulo de la novela inédita: La Racional.
Papá,
qué hermosas palabras salen de tu pantalón gris, el suéter azul y tu camisa
blanca. Son palabras de un colegial orgulloso por la institución a la que
pertenece. Como si nunca hubieras crecido o, lo que es lo mismo, como si la
ropa se hubiera encariñado con las palabras y se hubiera estirado de tal manera
de acompañar a tu cuerpo andar por las distintas instituciones que atravesaste
en la vida.
Siempre
te vi vestido de la misma manera, desde la primera foto que me mostraste cuando
ibas al colegio religioso hasta ahora que vivís en esta residencia fenomenal
creada por el padre de uno de los fundadores de La Racional.
La
ropa que te impusieron te dio seguridad de hijo, de amigo, de padre y de
anciano. Fuiste capaz de sobrellevar a cuestas un mandato con la libertad de un
príncipe. A costa de haberla estirado, de haberla emparchado, planchado,
zurcido, y vuelto a lavar.
Veo
el espíritu de tu vestimenta en mi hijo que no se quiere sacar la ropa porque
extraña y dice que es mejor vivir con hedor a vivir dolido. Parece que es el
estilo que se hereda a costa de saltearse una generación.
En
cambio a mí no me acompañó como hubiera querido y sin embargo puedo identificar
en esa herencia una revolución íntima que es capaz de sobreprotegernos.
Tus
palabras grises, azules y blancas hicieron una extensión de la ropa
transformada en bandera emparchada.
Admiro
de vos cómo te enfrentaste a los ideales de las generaciones precedentes con la
misma ropa como sino importara la manera de vestirse. Mi hijo dice lo mismo. Su
cuerpo sostiene mandatos con telas de antaño que lo acompañan.
Te
toco la mano. Y te miro a los ojos. Nos salen de repente lágrimas opacas.
Ningún arco iris se interpone, es la representación insospechada de la carne.
Nuestras
lágrimas en silencio recorren tu estancia de cemento. Y me cuentan qué nuevos
objetos dispusieron para sorprenderte.
“Qué
hermoso museo; qué biblioteca especial fueron capaces de sostener en la vejez;
qué preciso salón de espejos crearon gracias a la donación de la propia
imagen”, dicen mis lágrimas mientras se evaporan.
Cuando
queremos que las lágrimas se queden allí para mirarse, aparecen los cuerpos del
padre del fundador de La Racional, de sus compañeros de habitación, de otros
ancianos que comieron, se bañaron e hicieron el amor en esta pequeña habitación
que los contiene para que no se pierdan.
Por
momentos las lagunas de nuestras manos quieren hacernos distraer, se van pero
regresan, la pena que produce el simple paso del tiempo no nos abandona.
Y
las únicas palabras que decimos son: el tiempo es bueno, el tiempo es manso, el
tiempo revoluciona la intimidad desde afuera, el tiempo es nuestro, el tiempo
de atrás, el tiempo de crear, el tiempo de creer, el tiempo que pasa
desapercibido, el tiempo en tu reloj pulsera de oro, el tiempo en el mío de
plástico marrón, el tiempo en tu primer reloj de niño encantado por las horas,
el tiempo estupefacto y distante de las agujas en mi corazón, el tiempo en el
que comimos una misma fruta, el tiempo en que mamá la cortaba y vos me la dabas
en pedazos, el tiempo en que pelaste las papas para tus compañeros de escuela,
el tiempo en que me enseñaste a leer, el tiempo en que te leía literatura que
no entendías y sin embargo escuchabas con atención, el tiempo en que las migas
de pan en nuestras manos creaban muñecas que después comían los terneros, el
tiempo en que hacíamos mandados, el tiempo en que te compraba tu colonia
favorita, el tiempo de lluvia, el tiempo de sol, el tiempo de no vernos porque
vos vivías en un lujar lejano, el tiempo de mi casa chica que quedaba cerca de
tu almohada, el tiempo en el que te daba con la mano lo poco que ganaba, el
tiempo del dinero para todos, el tiempo en el que fundabas el partido, el
tiempo en que no te veíamos por noches enteras, el tiempo en el que mamá
cocinaba y creía que entendíamos lo que pasaba a través de unos bocadillos
salados, el tiempo en que nunca había fruta de estación, frutas no había, pero
había ideas sobre la mesa, tuyas que nos contaban los vecinos, el tiempo en el
que imaginaba a la tarde qué cosas harías, para quiénes y por qué, el tiempo en
el que necesitaba más palabras y menos ropas que salieran de tu boca, el tiempo
bravo en el que vos llegabas y yo estaba durmiendo y cuando me levantaba ya
habías desayunado, el tiempo entrecortado por un tiburón buenito que tenía sin
embargo los dientes afilados, el tiempo hebra, el tiempo que detengo en tus
ojos y lo exprimo así, con las dos manos para hacerme un jugo de frutillas con
lágrimas alegres.
Tengo
que chorrear papá tu traje, no como un insulto sino como un regalo de semilla.
Salpicar de colores lo que estrujo con el cuerpo y mirarte así con otro
atuendo. ¿Te gusta cómo quedaste? Para mí estás precioso. Siento que te
vestiste porque venía a visitarte a la tarde con una torta de manzanas, la que
te gusta.
Quisiera
decirle a las lágrimas que nos lleven al comedor de todos, que están los
comensales sentados a la mesa.
Poner
el mantel de florcitas bordado por mamá, las servilletas de los abuelos, la
vajilla de la patria, el banderín de tus palabras en el centro como el florero
que decora la merienda.
XVIII- Capítulo de la novela: Las
Obras de Arte en Mi Vida. Ediciones Presente. 2011.
Encuentro
en las veredas la culminación de las formas que se esconden en el taller.
Un
vidrio resquebrajado y opaco de ventana recostado sobre un árbol.
Miles
de pedazos de durlock color celeste que de tan grandes alcanzan el cielo y se
mimetizan con las nubes.
Una
bolsa transparente de nylon con hojas secas adentro, abierta por la mitad,
atravesada por un surco hecho con manos entendidas en la necesidad de hallar
algún hueso.
Montañas
de carbón agonizante de un asado de domingo, salteado de palabras familiares
dichas a destiempo y con distintos tonos.
Una
señora cuya casa es un colchón forrado de margaritas, que peina incansablemente
tallos de mentira para pasar un tiempo roto.
Un
hombre que hace el amor con ella, creyendo que nadie los mira y sin embargo,
sus besos apasionados llegan a mí con la sustancia de un trance de arpillera
rasposa.
Una
silla de colegio sin una pata, con su cara vespertina dada vuelta hacia una
vereda que mantiene en vigilia los deberes por realizar.
Una
mesa redonda que refleja los envoltorios de caramelos ácidos que se comieron
sobre ella y que de contenta devuelve lo vacío con forma de espejo.
Un
perro muy lindo con una correa plateada dibujado sobre el vidrio de un auto que
me mira desde lo lejos invitándome a subir a él. Un perro conductor capaz de
probarlo todo, después de haber sido pintado.
Ramas
podadas de una ligustrina dentro de bolsas de consorcio haciéndome señas de
asfixia, pidiéndome por favor que las saque de ese encierro dirigido por
alguien que no sabía que querían todavía vivir un tiempo más.
Guirnaldas
pisadas por tacos altos que bailaron muy cerca de unos mocasines fucsias,
encerrados los colores en un piso anónimo que creó cierta alegría para pies que
hasta entonces eran extraños.
Un
avión de papel con la cara sucia y manchones de tinta dirigiéndome una carta
que no llegué a copiar en mi memoria.
El
movimiento de miles de personas con miles de cosas en sus cabezas, en sus
mochilas y en sus pasados. Como ventiladores destilan un aire que no se ve pero
que atrapa.
Las
fotografías que veo son las imágenes que tengo que dejar en su lugar.
Entre
ellas y yo se produce una relación sorpresiva a la distancia. Lo que el mundo
tiene para darme no me lo puedo llevar a casa. Son pastillas preciosas que
caminan más lento que yo y se resisten a que las lleve de la mano.
Son
piezas autónomas que no necesitan dueños.
Intento
traducir las composiciones de la calle en mi mundo de lápiz pero no sé dibujar.
“Vamos
lápiz haceme el favor de esforzarte una maldita vez”, le digo. Pero los lápices
a mí no me hablan porque desconozco cómo tratarlos.
Agarro
una caja de acuarelas y es peor. Los objetos se pierden en un mar muy profundo
donde las formas no se distinguen. “Ese es el cielo”, le digo al pincel pero el
pincel empieza el retrato creyendo que no hay diferencia entre el durlock y las
nubes.
La
traducción de la inspiración no es fácil cuando uno se enamora de la calle.
Mis
pinturas están acostumbradas al amor entre las personas, a la naturaleza
muerta. Intento pintar con ese espíritu pero me doy cuenta que lo muerto de aquello
que vi, está vivo.
Son
trozos de cosas que me entusiasman y que por lo tanto no se dejan retratar así
nomás.
Estar
encerrada constituye una distancia inútil. Entonces agarro mis herramientas y
vuelvo a salir.
Pinto
los marcos de las obras que veo y sigo. Señalo el arte en los sitios en los que
aparece.
A
las ramas asfixiadas en la bolsa les dibujo un marco acuático del cual puedan
nutrirse.
A
las guirnaldas pisoteadas un marco profundo de luces, sombras y bochinche.
Al
durlock que llega al cielo un marco con mi figura para colmar en un solo abrazo
la mímesis impalpable de lo eterno.
A
la bolsa transparente con hojas secas un marco de carne.
Al
vidrio resquebrajado un marco con los caminos cruzados de gente mimosa.
Al
perro dibujado en el parabrisas un marco con mi mano acariciándolo, mezclado de
frutas amarillas y rojas.
A
las personas un marco a la distancia que continúa rabioso sus andares de
viento.
A
los envoltorios de caramelos sobre la mesa redonda un marco con mi boca.
A
la silla sin pata un marco que imita ejemplares de exámenes sin aprobar.
Al
avión de papel un marco de aeropuerto en el garage de todas las casas del
mundo.
A
la señora de la casa de colchón un marco de flores perfumadas.
A
la montaña de carbón agonizante un marco de mesa familiar.
Lo
que me gusta me pertenece afuera.
El
mundo está contento con mis materiales.
Vuelvo
con las herramientas incapaces de reproducir en un papel aquello con lo que
trataron.
Y
se produce en silencio una comunicación sin fines.
Mis
lápices no dibujan, la calle no me dona sus reliquias porque le pertenecen a
todos. Las acuarelas interpretan algo que no es cierto. Yo intento dominar lo
que no sé.
Tengo
que aprender a dibujar.
Pensar
marcos nuevos.
Aprender
a traducir.
Soportar
la comunicación entre herramientas inútiles.
Aceptar
que fines no va a haber.
Quiero
el brillo dentro de mí. Cada cosa rota acomodada en una vitrina irreal que
contenga las verdades que dijeron en un momento. Gritos de colores mientras se
abandonaba lo que intento poseer y no logro.
Montones
de cositas que sobran y que colman de manera inaprensible la mesa de la
imaginación.
I- Las elegidas. Ediciones Belleza y
Felicidad. 2009.
Somos
las elegidas.
Nos
da un poco de miedo.
Dormimos
juntas, nariz con nariz.
El
calor nos descansa las manos, las ideas, los sueños.
Escuchamos
a gente cantar.
Muy
fuerte.
Descansan
en nosotras.
Sentimos
rabia.
Nos
maravilla.
Nos
abrazamos y construimos una heroína.
Tenemos
alas muy grandes, con la cara de Mickey;
los
pies con rueditas,
collares
milagrosos,
que
al juntarse
salvan
a los niños que se tiran de los árboles.
V-
Caminamos
buscando finales
y
nos perdemos.
Vemos
a unos chicos andar a caballo,
tienen
el pelo suelto y camisas desabrochadas.
De
sus bocas nacen unas plantas que nunca habíamos visto antes.
Tienen
un tallo negro, hojas rosas metalizadas
y flores amarillas muy pequeñas.
Queremos
tener una corona, ser sus princesas.
Corremos
muy rápido hasta alcanzarlos.
Nos
miran con desprecio, porque interrumpimos algo muy íntimo, el nacimiento de sus
plantas.
Les
regalamos caparazones de jacarandá que juntamos por el camino con monedas de
cinco centavos adentro.
¿Podemos
ir con ustedes?
Viajamos
juntos y vemos un gato con la patita quebrada, una pareja llorando, palomas
transparentes, trozos de carne abandonados, cementerios coloridos, una señora
tirar su alianza de casada desde un décimo piso.
Cada
detalle se acerca a nuestro bosque en carrito, al planeta silvestre, inventado.
IX-
Metemos
las manos en una bolsa y sacamos una espada de madera.
Es
hermosa.
Tiene
astillas tan finitas que brillan a trasluz.
En
la punta un colmillo de elefante y en el mango un pañuelo de seda rosa.
Con
ella escribimos poemas en el aire.
Cada
tanto las personas los presienten.
Los
chicos sobre todo.
Somos
las elegidas, nuestras palabras son valientes.
X-
Sacamos
un conejo moribundo y lo resucitamos con un vestido hecho de flores.
En
el fondo de la bolsa hay pan crocante.
Lo
cortamos en diez pedazos.
Uno
es para el conejo, otro para vos, otro para mí, otro para mamá, otro para papá,
otros dos para nuestros maridos, otros para las palomas.
Todos
nos quedamos con hambre.
¿Seríamos
capaces de matar con esta espada a alguien para comer?
Chispitas
saca la espada contra el asfalto.
En
las manos sentimos la retaguardia del calor.
Con
él trazamos una línea divisoria.
Vos,
espada estás ahí, en la cima, cerca de las nubes.
Nosotras
acá, te miramos con admiración.
El jumper azul marino. Ropero.
Ediciones Belleza y Felicidad. 2009.
Estaba
embarazada.
Mi
cuerpo crecía para abrirle paso a otra criatura.
Era
una topadora, un volcán, una grúa escalofriante.
Tenía
la fuerza que imponen las máquinas.
La
certeza para agujerear el piso y parir.
Como
no tenía ropa acorde a la transformación, una amiga me prestó un jumper de corderoy
azul marino que ella se había comprado veinte años atrás.
Andaba
con el jumper para todos lados.
Iba
al super, al gimnasio, a ver danza.
Parecía
una Sarah Kay adulta.
Vintage
por necesidad.
Una
ballena que saltaba por el asfalto.
El
azul marino me daba fuerzas y el corderoy me abrigaba aunque hiciera mucho
calor.
Yo
necesitaba tener a punto los motores, estar cachonda, a tiro para cualquier
eventualidad.
De
un momento a otro ocurrió lo peor.
Empecé
a caminar liviana, el vestido me quedaba flojo, las piernas ya no se asían al
suelo.
Había
dejado de ser una grúa para convertirme en una retama. En una pichincha.
Se
cayó el almohadón de cal de la panza.
Polvo
a mi alrededor.
Un
pic nic de colibríes me taparon las nalgas con el único amuleto que llevaba.
El
jumper de corderoy azul marino, después, se transformó en un colchón para lo
que había parecido una fantasía inimaginable: una ráfaga de corriente eléctrica
que vino y se fue.
Dorado. Familiares. Zorra
Poesía. 2009.
Mi caballo dorado está
agónico.
De todas maneras le di su
yogurt de vainilla a la mañana.
Lo miro de cerca para que
se quede tranquilo.
Me pongo patines de algodón
para no despertarlo durante los
ratos en los que se queda
dormido.
Mi caballo dorado murió y
lo pusimos en un ataúd blanco.
Pero de golpe, nos
sorprendió con un relincho.
Alzó sus patas hacia el
cielo y fijó su mirada en una estrella.
Murió con los ojos abiertos
y el cuerpo expansivo.
Como si deseara seguir
caminando.
Tuvimos que construirle esa
misma noche otro ataúd.
Porque se negaba a entrar
en el que estaba.
Todos fuimos carpinteros
esa noche.
Le hicimos un ataúd con
forma de estrella, tal cual había quedado
su cuerpo después del
último relincho.
Con mi hermana hace unos
años, pusimos una tienda esotérica.
Entre otras cosas,
vendíamos velas con forma de budas.
Cuando inauguramos el
local, encendimos tres.
Una roja, otra azul y una
blanca.
El buda blanco, en una de
esas enloqueció y salió volando por la
ventana.
Le dije a mi hermana, “este
buda es un peligro. Puede incendiar
la ciudad”.
“O cumplir los deseos de
todos”, me contestó ella.
Si
es así, el buda nos cagó, porque se fue.
Huevo de pascua. Capítulo del libro: ¡Yapa! Antología de pesadillas con finales felices.
Capitán Minerva. 2008.
I-
Marzo
de 1989
Mamá
se había enamorado.
Mamá
tenía un novio.
Mamá
tenía un novio muy lindo que se llamaba O.
Mamá
no perdía oportunidad de pasar sus días con su nuevo novio O.
Mamá
lo invitaba a cenar.
Mamá
le cocinaba contenta.
O
la miraba todo el tiempo sin parar.
O
le decía cosas que no entendía, del tipo: —
¿después
leemos lo que traje?, o — ¿después escuchamos lo que te dije?
O
era un amante de la música y la literatura.
O
era un escritor de tango.
O
amaba la comida que mamá le hacía contenta.
MyO
estaban tan enamorados…
Que
un día soñé que tenían un hijo.
II-
Diciembre de 1989
MyO
habían tenido un hijo HUEVO DE PASCUA que desde su nacimiento hablaba.
El
hijo huevo de pascua estaba en la mesa verde de la cocina
Y
nos miraba.
— ¡¿Qué mirás huevo de pascua?!
— ¡A vos, que sos mi hermana!
— No puedo creer tener un hermano huevo
de pascua, ¿qué habrán hecho para tenerte a vos? ¡Sos muy feo!
— Sí puede ser, ¡pero papá y mamá me
quieren tanto como a vos o más! porque soy distinto, extravagante, rico de
besar, y encima hablo, puedo comunicarme y entenderlos perfectamente!, soy un
superdotado. ¡En cambio ustedes como los demás hijos no pueden ser entendidos
porque tardan años en aprender el lenguaje! Pobres MyO, ¡qué trabajo les deben
haber dado ustedes!
— ¿Por qué te metés? Hablar,
hablás, pero decís boludeces, ¿sabías?
— Lo dudo, ¡papá y mamá están orgullosos
de mí! ¡Que yo sea el fruto de su amor!
— ¿Sabías que yo podría matarte
rapidísimo sin dejar pistas?, podría aplastarte contra el piso, derretirte con
las manos, comerte aunque me diesen arcadas.
— Podrías pero no lo vas a hacer porque
soy tu hermano y tengo la sangre de tu madre.
— No tenés sangre, ¡los huevos de pascua
no sangran!
— Mi sangre es blanca, ¡estúpida! ¡Mi
sangre es de azúcar!
— ¡Ojalá te mueras de diabetes!
— ¡No me voy a morir nunca! ¡Los humanos
como vos se mueren, en cambio los hijos-golosinas como yo somos eternos,
tenemos conquistado el paraíso!
— ¡Nunca vi una boca y unos ojos tan
cremosos! Ver tanta crema hablándome junta me descompone.
— ¡Acostumbrate! ¡Desde ahora mi lugar
es esta mesa, porque a esta altura puedo mirarlos y comunicarme con todos!
— Cuando llegue del colegio vamos a ver
si seguís ahí por mucho tiempo. ¡No te quedes muy tranquilo, porque no vas a
durar mucho en ese cuerpo!
— T ya que vas al colegio, ¡¿podrías
llevarlo a tu hermano?!
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