Una tarde nos encontramos con Tamara en la plaza de Córdoba y Libertad, el bar de enfrente había cruzado mesitas a la plaza, era plena pandemia del distanciamiento social y nos tomamos una Heineken. Mientras le contaba a Tamara alguna de mis recurrencias ella me dijo algo que nunca puse en práctica pero que siempre recuerdo, ella me dijo: “Comprate unas acuarelas lindas, con muchos colores y un pincel de pelo largo, varios pinceles de diferentes grosores y papel para bocetar; entonces te sentás y lo que sentís, lo que pensás, lo pintas con acuarelas, porque los pensamientos son solubles en agua, como las acuarelas, entonces el pincel se transforma en la herramienta de tu expresión, el color es tu elemento, y no ya los viejos pensamientos que te tienen atada a ese papel, hacelo y después me contás…!”
Así, con esa liviandad y esa libertad Tamara crea su mundo propio. Palabras o dibujos, en cartones o papeles, con texturas, con colores con moños con olores. Una casa está siempre desordenada y se te pueden que mar las milanesas mientras terminas un poema, porque el mundo de Tamara no pone condiciones, está abierto a la aventura de la posibilidad y está siempre en movimiento, escribir, maternar, dar clases, envolver en papel de regalo los libros de su editorial. Tamara da clases con estudiantes secundarios y cuando vuelve a su casa los pinta, para no olvidarlos, para que se queden con ella, algo de ellxs, algo de ese mundo que van creando. Porque un procedimiento es eso, la posibilidad de llevar al límite la propia vida que es la mano de su poesía.
Un libro que existe cuando nos encontramos es una serie que reúne estos momentos de intensidad con otrxs. Evocaciones, retratos metafísicos, hamacas que nos invitan a soñar, como hojas sueltas que todas juntan crean el libro que existe cuando nos encontramos, con ella, con Tamara y con su mundo loco, surreal, que nos susurra, agarrá el pincel, el rosa chicle te hará bien.
María María
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