sábado, 19 de julio de 2014



Siesta

Nicaragua y Costa Rica.
Son las 2 menos cuarto de la tarde.
Estoy a una cuadra del jardín.Mi hijo me está esperando con la colonia después del almuerzo y su mochila en los hombros.
Voy con un cochecito vacío.La mente llena de cosas.
Lo que hice, lo que haré, lo que estoy haciendo.
Buscar y traer, comprar y guardar, limpiar y ordenar, llenar y vaciar, bañar y cambiar, tender y descolgar, congelar y calentar, barrer y recoger, encender y apagar, leer y apilar, pintar y remojar, abrir y cerrar, una cadena de flores que coloco en mi pelo para adornar las horas en las que el apuro opaca los instantes del aire.
Cerca de la plaza las ganas son de renovar lo útil. Vajilla y acolchados, ropa y zapatillas.Y el tiempo dinero se transforma en las posibilidades de la reutilización.
Lo mío pegadoafuera, el afuera pegado en la casa.
En esa esquina un contenedor impide el paso.
Aquí me tienes, dice y despide tres bastidores de los que tironeamos con una señora que copia lo que veo.
Dejo el cochecito para la fuerza y aparto uno de ellos de pinceladas impresionistas con el dibujo de una siesta. Un niño en el monte y una pareja recostada al lado de un carro de arrastrar caballos.
A la señora le cedo una naturaleza muerta y el dibujo de un chalet.
Este cuadro contiene un sueño, pienso, mientras lo guardo en mi cartera.
Llegar a horario es robarle a la calle lo que nos quitan las instituciones.

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